Kara y Yara en la tormenta de la historia by Alek Popov

Kara y Yara en la tormenta de la historia by Alek Popov

autor:Alek Popov [Popov, Alek]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2013-01-01T00:00:00+00:00


* * *

A eso de las diez y media, en la calle central, La Liberación —toda ciudad búlgara tiene una calle así, incluida Étropole—, aparecieron como de la nada tres extrañas figuras. Parecían haber bajado del escenario del teatro ambulante que representaba Tío Vania en el centro cultural local. Las mujeres lucían largos vestidos de color crema cuyos extremos se arrastraban en el polvo y de cuyas mangas colgaban tiras de encaje mustio como moho. La más joven, todavía una niña, llevaba un escote imponente y jugueteaba con un parasol no muy limpio. La otra llevaba un sombrero absurdo con frutas artificiales. Las dos lucían un maquillaje llamativo, incluso desafiante. Detrás de ellas, cojeando, caminaba un caballero joven con una cesta en la mano. Vestía una americana blanca a rayas, gafas de sol redondas y un panamá beis. Parecía un veterinario que escribiera versos en su tiempo libre. En su conjunto, el grupo definitivamente llamaba la atención. Un carnicero que estaba en ese momento desollando un cabritillo que colgaba del gancho delante de su tienda dejó el cuchillo y los miró con curiosidad. De las tiendas vecinas asomaron más cabezas. Los pocos transeúntes se detenían y les dedicaban largas miradas de desaprobación. El grupo se dirigió a la tienda cooperativa de la esquina con la calle Valchitranska.

Extra Nina notó la perniciosa atención que habían despertado y empezó a morderse los labios, nerviosa, para quitarse el maldito pintalabios. Le parecía que era lo que precisamente atraía las miradas. Sin darse cuenta, aceleró la marcha e irrumpió casi corriendo en la tienda. La campanilla de la entrada sonó con un ruido atronador.

—¡No corras tanto!, —gimió Dicho.

En la tienda había solo dos clientes: pastores del pueblo vecino, Laga, que compraban cerillas y sal marina. Otro hombre estaba sentado en el banco que había pegado a la pared, leyendo el periódico y tomando una limonada. El gerente de la tienda, el tío Spiro, hacía cuentas sobre un trozo de papel de embalaje. Al oír el estruendo de la campanilla, todos volvieron la vista hacia la puerta.

—Buenos días —saludó Extra Nina en voz alta y poco natural.

Los campesinos abrieron los ojos como platos. El hombre bajó el periódico, detrás del cual apareció una gorra. El tío Spiro se puso el lápiz detrás de la oreja, llena de grisáceos pelos puntiagudos. Su ojo experto de comerciante enseguida notó que algo no iba del todo bien, pero su intuición le sugirió guardarse las dudas para sus adentros.

—Buenos días. ¿Qué desean?

Los estantes que tenía a la espalda estaban semivacíos. Eran tiempos de guerra y de la anterior abundancia quedaba solo un recuerdo. Junto a la caja había una bandeja con aceitunas arrugadas, bloques de turrón y mermelada de ciruelas rojas que había que partir con una sierra. Al fondo estaban amontonadas mercancías industriales de primera necesidad: paño de algodón, cordeles, alambre, latas de queroseno, tubos para estufas…

—¿Tiene té?, —preguntó Mónica con voz cantarina.

—¿Qué clase de té?

—Negro, inglés…

Habían acordado comprar más cosas, además de las pilas, para parecer clientes normales, pero se les había olvidado hacer una lista.



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